Padre Hernán Alessandri Un niño de Dios



 

El P. Hernán nació y se crió en el seno de una familia acomodada de Santiago; su abuelo, don Arturo Alessandri Palma, había llegado a ser, en dos períodos, Presidente de la República; su tío, don Jorge Alessandri Rodríguez llegó también a ser presidente; es decir era nieto y sobrino de dos presidentes de la República. Además, su padre, como ya hemos dicho, era un conocido médico de Santiago, fue un distinguido profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y muy famoso por lo certero de sus diagnósticos. Su madre pertenecía a una familia muy tradicional de Santiago, también de algún modo comprometida al quehacer nacional.

En febrero de 1957, el P. Hernán cumplió los 21 años de edad y en marzo de ese mismo año pudo finalmente ingresar al noviciado de los Padres Palotinos, quienes arrendaban una antigua y hermosa casa patronal en San Juan de Pirque, a las afueras de Santiago.

Eran ocho novicios, entre ellos los futuros padres Horacio Rivas, Luis Ramírez y Jorge Ávila. El P. Luis Brautlacht fue su maestro de novicios, quien les confesaría, al final del 7 noviciado, que tenía miedo a este curso y en particular a Hernán porque se daba cuenta de que conocían de Schoenstatt mucho más que él. El 7 de abril, es decir tres semanas después del inicio del noviciado, fue la Toma de Hábito. La ceremonia fue en la parroquia de San Vicente de Paul en el Paradero 14 de Vicuña Mackenna, pero la celebración y el almuerzo fue en Bellavista. Hubo cantos, discursos, estaban todos los familiares de los novicios; sin embargo, el papá del P. Hernán no asistió. De hecho, cuando su papá lo iba a visitar al Noviciado de Pirque, éste se alojaba en casa de un amigo suyo que vivía cerca y el P. Hernán tenía permiso para salir del noviciado e ir a visitarlo.

Recién ordenado, el Padre Hernán se fue a trabajar al servicio de los pobladores de Carrascal. “Descubrí toda la riqueza religiosa de la gente sencilla, su capacidad de sacrificio, su lucha por ayudar a los hijos a salir adelante”, decía con alegría luego de estar 14 años con ellos. Para el Padre Hernán, las condiciones materiales y físicas eran fundamentales para el pleno desarrollo de las personas como hijos de Dios, por lo que organizó comedores para niños y talleres de artesanía para mujeres, los que fueron exportados a Alemania.

Era 1983 y la crisis económica obligó a muchos niños y niñas a salir a las calles, por lo que el Padre apeló a la generosidad de sus contactos y consiguió una casa donde llegaron las primeras nueve niñas.

El Padre Hernán fue un sacerdote ejemplar en todo sentido. Dictó innumerables conferencias y escribió cientos de artículos, especialmente relacionados con la Pastoral Familiar, hasta que su salud se lo permitió. Su último libro, escrito con un impresionante esfuerzo por sus condiciones físicas ya deterioradas, lo tituló: “La Propuesta evangelizadora de Schoenstatt”, una obra síntesis, en la que describe las convergencias del pensamiento del Papa Juan Pablo II y el carisma del Padre José Kentenich.

Pocos saben que el Padre Hernán ha sido el único chileno que ha participado como teólogo en el Vaticano, pues no lo mencionaba, salvo que fuera estrictamente necesario. Era consultado también por los obispos chilenos, a través de la Conferencia Episcopal. Participó activamente en la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Puebla, México, 1979) como asesor, profesor y miembro del equipo de reflexión. Fue uno de los redactores del documento final de la Conferencia y se le atribuye específicamente el capítulo dedicado a la familia. De hecho, fue él quien creó las Misiones Familiares.

A los 60 años su enfermedad comenzó a agravarse paulatinamente, razón por la cual tuvo que alejarse del trabajo en su querida obra María Ayuda. Durante ese lapso, surgió la posibilidad de una operación quirúrgica en Estados Unidos. La intervención tenía el riesgo de que el Padre perdiera la memoria mediata, pero con bastantes posibilidades de éxito. El Padre Hernán se negó: “Prefiero seguir enfermo, pero olvidarme de Schoenstatt, jamás”, dijo categórico.

Después de vivir su larga y penosa enfermedad, tiempo en el que se mantuvo unido a su obra a través de la oración, nuestro fundador fue al encuentro del Señor el 18 de Diciembre del año 2007, Día de Alianza. Sus restos descansan en el cementerio de los Padres de Schoenstatt, a la sombra del Santuario.

 

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